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Un virus no es un bicho

Un virus no es un bicho

domingo, 10 de mayo de 2020

Cuando vemos determinadas medidas y actuaciones que se toman ante una situación grave como es la pandemia de coronavirus que estamos sufriendo, no debemos olvidar que las decisiones que se tomen sin una información veraz, obtenida a partir de datos fiables, son solo “ocurrencias”.

Los virus son partículas de código genético recubiertas por una proteína. Son invisibles ya que tienen un tamaño muy pequeño, en torno a los 100 nanómetros (0,0000001 metro).

Un virus no es un “bicho”, de hecho, no se considera un ser vivo en el sentido estricto (ya que no se puede replicar por sí solo). Por lo tanto, es difícil que venga a contagiarnos como si se tratara de un piojo o una pulga.

 

 

Fuentes de contagio (Origen Diario El País)

En Maluenda, en el momento de máxima virulencia, la probabilidad de contagio era del 0,01 % (en días anteriores era del 0,005%), lo que significa que, si somos 942 habitantes, el riesgo era que 0,09 personas tuvieran el virus.

Tras 2 meses de cuarentena, en un entorno controlado como es nuestra casa o nuestro pueblo, si nadie estaba contagiado, tampoco lo está ahora, porque ya habría desarrollado la enfermedad.

Para infectarnos, el virus necesita entrar dentro de nuestro cuerpo a través de las vías aéreas (nariz y boca), aunque también parece que puede hacerlo a través de los ojos. Lo que está claro es que no lo hace a través de la piel. Es decir, podemos tenerlo en nuestras manos o en nuestra ropa, pero si no nos tocamos los ojos, la nariz o la boca, y nos lavamos con agua y jabón (o con un gel hidroalcohólico), no tenemos por qué contagiarnos.

El hecho es que el jabón y los geles destruyen la capa protectora del virus, destruyendo el código genético que produce la enfermedad cuando entra en contacto con nuestras células.

En espacios abiertos, lo más importante es evitar contactos, no tocarnos la cara (nariz, boca y ojos) y siempre que podamos, lavarnos las manos para destruir la capa protectora de las partículas de virus que pudiéramos haber tocado.

El uso de mascarillas es todo un mundo ya que hay muchos tipos, la mayoría no son reutilizables, muchas no protegen porque no son filtrantes; no son fáciles de llevar, lo que hace que nos toquemos más la cara (que es lo que hay que evitar) y nos dan una falsa sensación de seguridad. Son recomendables en espacios cerrados y en ambientes de riesgo (hospitales…). A mayor riesgo es necesario mayor nivel de protección (de ahí las quejas del personal sanitario durante la pandemia).

El objetivo para evitar un brote debe ser controlar las posibles vías de entrada, por ejemplo, cuando vamos a comprar (donde sí hay casos) o recibimos cartas o paquetes. En estos casos debemos aplicar el sentido común e inmediatamente, lavarnos las manos, cambiarnos la ropa o limpiar los paquetes usando unos guantes desechables.

Los parámetros que convierte a un virus en un problema son su tasa de transmisión y su tasa de mortalidad. En el caso de otros coronavirus recientes como el SARS y el MERS, la tasa de mortalidad era muy alta, pero su tasa de transmisión era muy baja por lo que no dieron lugar a pandemias.

En el caso del COVID-19, la tasa de transmisión parece ser de 1 a 3 (el resfriado común es 1 a 7 y el sarampión, que es muy contagioso, es de 1 a 18) y su tasa de mortalidad es de un 3 %, aunque en países como España o Italia llega al 9-10% (en Estados Unidos, la gripe común tiene una tasa de mortalidad de 0,1 %).  Sin ser extremas, la conjunción de ambas tasas, unido a que el mundo del siglo XXI es un mundo interconectado, ha hecho que el COVID-19 haya desencadenado la tormenta perfecta.

Las consecuencias de una tasa de transmisión alta es que se puede colapsar el sistema sanitario y no se pueda atender a todos los afectados, con el consiguiente aumento de la tasa de mortalidad. Además, este tipo de situaciones conllevan consecuencias éticas y sociales de gran trascendencia (quien se salva y quien no).

Estadísticamente, la tasa de mortalidad del COVID-19 no se considera alta, pero además tiene la singularidad (frente a otras pandemias que ha sufrido la humanidad y pese al sesgo de los datos que se publican) de que el 95% de las muertes son mayores de 70 años. Este tipo de información no debe ser motivo para relajarnos, sino de compromiso hacia el segmento de población más vulnerable que son nuestros mayores.

 


 

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